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martes, 21 de enero de 2014

ALCANCÍA





ALCANCÍA



Alcancía.
             La vasija cerrada para guardar monedas, más conocida como hucha, nació unos de padres árabes, que no se pudieron imaginar la familia que desarrollaría, porque a este objeto, pacífico, práctico y decorativo, le saldrían dos hermanos beligerantes, las alcancías de guerra y de mar, armas de la artillería y uno divertido, la alcancía de juego. Todos ellos tenían en común el parentesco de ser utilizados como tesoros escondidos.
Las alcancías de guerra, como tesoros para los defensores de las fortalezas, rellenas de productos incendiarios, se sacaban en el último momento de sufrir un ataque para lanzarlas contra el enemigo. Las alcancías de mar, como tesoros para las dotaciones de los navíos de guerra, estaban destinadas a incendiar los barcos adversarios. También, las alcancías de juego eran como tesoros para los concursantes, cuya mágica carga, a veces burlona, no se desvelaba hasta el momento de fragmentarse.

Alcancía, probablemente, procede de un árabe vulgar al-kanzîya: “la caja propia para atesorar”, adjetivo femenino derivado de al-kanz: “el tesoro escondido”. Pasó al castellano antiguo como alcanzia, empleándose con z sonora durante la Edad Media, para terminar en español, primero, como alcancia (sin acento) y, después con su forma final alcancía.

Engelmann afirma que kanz, podría significar “lugar donde se oculta un tesoro”. Según Moraes, alcanzia viene del árabe canci: “barro”, quizá, porque esta era la materia de fabricación, ya que no encuentra relación con alguna palabra arábiga. Sin embargo, la teoría más verosímil sobre esta etimología es la apuntada por Corominas en la voz hispanoárabe kanzîya, ya que la 7ª forma de la raíz k-n-z significa “atesorar” y la derivada kannaz: “tesorero”, según el lexicógrafo R. Martí.

Evolución histórica

Las primeras noticias sobre el uso de las alcancías se remontan al siglo VIII, cuando Pogonato utiliza un artefacto, que podía haberse llamado alcancía de guerra, pues era una “Olla llena de alquitrán y otras materias inflamables que, encendida, se arrojaba a los enemigos”.
 Al conocerse estas sustancias inflamables, por lo menos desde el siglo III a. C., ya que Alejandro Magno las usaba con el nombre de fuego griego, es de suponer al recipiente en que iba encerrado como el precursor de la alcancía.
En la Península Ibérica probablemente fueron utilizadas desde el primer momento de la dominación musulmana, de quienes heredamos su nombre, siendo la primera la alcancía para guardar dinero.
Las alcancías de guerra y de mar

Respecto a las alcancías de guerra y de mar, igual que tantas otras máquinas y artefactos bélicos, debemos a los árabes su nombre y su introducción en España. Sin embargo, el término no entraría en el castellano hasta finales del siglo XIV como alcanzia (sin acento), lo cual está documentado en el Cancionero de Baena.

Luís Collado en su Platica manual de Artillería (1592) cita las alcanzias u ollas de guerra y su diferencia de las simples ollas: “Las ollas tienen assas por cuanto se ata un cordelejo a ellas, para de aquel arrojarlas, lo que no tienen las alcanzias, por cuanto se arrojan con la mano”.
En el siglo XVII, ya figura con la grafía alcancia. La de mar, destinada al ataque e incendio de los barcos, consistía en una bola de estopa impregnada en una mezcla incendiaria que no se extinguía al contacto con el agua. En una de las recetas dada por Firrufino en su libro El Perfecto Artillero (1647) se lee: “tomese estopas, y mojense en esta mixtura, y llenese la alcancia, esta mixtura es inextinguible”

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